ONTOLOGÍA
Filosofía primera la llama Aristóteles porque da las bases a las demás ciencias y porque considera
el Ser en cuanto Ser y establece los principios de la naturaleza sensible. Se le llama metafísica (nombre que debemos al comentador
de las obras aristotélicas, Andrómico de Rodas) porque va más allá de las apariencias del Ser y estudia a éste en cuanto es
Ser. En cuanto constituye una doctrina sobre el Ser, los filósofos Du Hamel (l682) y Wolff (1730), la llamaron Ontología.
La Ontología estudia las implicaciones del concepto de Ser, cuyo valor justifica la Epistemología; les da a la Cosmología y a la Sicología los últimos principios y la última explicación de los seres que ellas estudian.
La Ontología, al buscar la razón última de los seres, culmina con la Teología natural, y ésta funda el valor moral del ser y las relaciones del hombre con
Dios, objetos de la Ética y la Filosofía de la religión, respectivamente.
Además, la Ontología da los principios básicos en que se fundamentan las ciencias no filosóficas.
El primer problema con el que se tropieza es la
comprensión de la idea del ser, porque como se dijo, no se puede trazar límites sin encontrar la
orilla opuesta, o sea, el no ser. En consecuencia, la idea del ser no se aclara o se define sino por sí misma. El Ser es indefinible.
En cuanto a su extensión, la idea del Ser es la
más general y universal puesto que se aplica toda la realidad existente.
La idea del Ser no es equívoca ni unívoca, es
análoga, es decir, que establece una relación de conveniencia y discrepancia entre los seres mismos.
El estagirita Aristóteles, fundador de esta disciplina,
aclara esta temática:
LA METAFÍSICA
El género humano vive además
con ayuda del arte y del raciocinio. La maravilla ha sido la causa por la cual los hombres empezaron a filosofar.
SOBRE
LA NATURALEZA DE LA CIENCIA.
LAS DIVERGENCIAS ENTRE CIENCIA Y EXPERIENCIA
Todo
hombre, por naturaleza, apetece saber. Prueba de ello es el apego que tenemos a nuestras percepciones por sí mismas, aún prescindiendo
de su utilidad, especialmente las que derivan del sentido de la vista. Porque no sólo mirando a la vida práctica, sino aun
en el caso en que nada nos importe lo que tengamos que hacer, me atrevo a decir que estimamos las percepciones de la vista
antes que todas las de los demás sentidos. Y la razón de ello está en que la vista, con ventajas sobre los demás sentidos,
nos da a conocer los objetos y nos revela los muchos rasgos diferenciales de las cosas.
Todos
los animales reciben de la misma naturaleza la facultad del conocimiento sensitivo. Con todo, esta misma capacidad de sentir
produce en unos la memoria y no en otros. Por esta razón los que están dotados de memoria son más inteligentes y más capaces
de instrucción que los que carecen de ella. Tienen una manera de obrar inteligente, sin que intervenga en ello ningún aprendizaje,
todos aquellos animales que no pueden percibir el sonido, como son, por ejemplo, las abejas y cualquier género de animales
que pueda haber semejante a este: están, en cambio, sujetos al aprendizaje todos aquellos animales que, junto con la memoria,
poseen el sentido del oído. Todos los demás animales, por consiguiente, viven por medio de sus imágenes y sus recuerdos, pero
participan poco de la experiencia; el género humano, por el contrario, vive además con ayuda del arte y del raciocinio.
Gracias
a la memoria se da en los hombres lo que llamamos experiencia. En efecto, el recuerdo muchas veces reiterado de una misma
cosa causa el mismo efecto que una experiencia. Por esta razón la experiencia parece ser algo similar a la ciencia y el arte.
Porque gracias a la experiencia alcanzan los hombres del arte y la ciencia, ya que la experiencia, como con razón dice Polo
construye el arte, mientras que la carencia de ella lleva tan solo al azar. Se llega al arte cuando a partir de muchas nociones
obtenidas por experiencia se viene a parar a un concepto único y universal, aplicable a todos los casos semejantes. Pues al
venir a opinar que una cosa determinada curó a Calias de la enfermedad que padecía y que lo mismo curó a Sócrates e individualmente
a otros muchos, es fruto de la experiencia; pero conocer lo que es conveniente como remedio para toda clase de enfermos que
padecen una misma enfermedad, por ejemplo, para los flemáticos, los coléricos o los que tienen fiebre, eso es ya cosa del
arte. En la prática poco se diferencia la experiencia del arte, más aún: somos testigos de que los que tan solo tiene la experiencia
de las cosas obtienen con más facilidad lo que pretenden que los que faltos de ella, se apoyan tan solo en la teoría. La razón
de ello está en que la experiencia es conocimiento de las cosas particulares; el arte, en cambio, lo es de cosas universales.
Ahora
bien: todos los actos, todas las generaciones o producciones de seres se verifican en la esfera de lo particular; en efecto,
el médico no devuelve la salud al hombre como tal más que accidentalmente, sino que el curado ha sido Calias o Sócrates o
cualquier otro ser capaz de llevar un nombre individual de esta especie, a quien por añadidura le ocurre ser hombre. Así,
pues, si alguien conoce los conceptos y la razón abstracta de la medicina, sin poseer la experiencia de ella, y conoce ciertamente
el universal, pero ignora el caso particular que queda encuadrado dentro de él, se equivocará muchas veces al pretender tratar
una enfermedad, porque tiene capacidad de recibir la salud, lo individual y el individuo, no lo universal.
Sin
embargo, opinamos que importa más saber y más ciencia el arte que no la experiencia; y a los hombres versados en un arte los
consideramos más sabios que a los que tienen solo la experiencia, porque la sabiduría está en todos los hombres como consecuencia
de su saber. Y esto por la sencilla razón de que los versados en el arte conocen las razones de las cosas y los empiristas,
en cambio, no. Los empiristas conocen, si, que una cosa existe, pero ignoran por qué existe; los que se dedican al arte, por
su parte conocer el por qué y la razón de las cosas. Por eso afirmamos que son más dignos de estima los que dirigen la construcción
de las obras, cualquier género de trabajo que sea, que los simples operarios manuales y los consideramos más sabios y más
instruidos porque conocen las causas de aquello que hacen; los operarios, por el contrario, hacen u obran como los seres inanimados,
que hacen, sí, lo que hacen, pero sin conciencia de su operación, como, por ejemplo, el fuego, que quema sin saberlo. Ahora
bien los seres inanimados obran cada una de sus acciones en virtud de una propiedad natural suya, mientras que los operarios
lo hacen en virtud de un hábito. Y así, los que dirigen las obras son superiores a los operarios en saber, no por su habilidad
práctica, sino por poseer el don de la teoría y el conocimiento de las causas de los hechos.
Se
añade a esto, además que es una prueba de la posesión de la ciencia la capacidad de enseñarla. Razón por la cual la común
opinión valora como más ciencia el arte que la experiencia, porque los hombres versados en un arte pueden enseñarlo y los
empiristas no pueden hacerlo.
Por
otra parte, no concedemos la categoría de saber a ninguna noción sensorial, aunque las experiencias sensitivas sean fundamentalmente
verdaderos conocimientos de los singular; pero de ninguna cosa nos dicen el por qué, como, por ejemplo, por qué es caliente
el fuego, antes nos dicen tan solo que es caliente.
Así
pues, fue razonable que al primero que , levantándose por encima de las nociones corrientes de los sentidos, inventó una cualquiera
de las artes, le admirarán todos los hombres, no ya por la utilidad que pudiera reportar su invento, sino por ser sabio y
estar por encima de los demás. Al multiplicarse las artes y resultar aplicables unas a la esfera de lo necesario y otras a
la de lo deleitoso agradable, los inventores de que hemos hablado siguieron siendo considerados superiores a los demás, porque
sus ciencias no iban encaminada a un fin utilitario. Por lo cual, además, una vez definida ya la directriz propia de cada
una de todas estas artes, aquellas ciencias, que no van encaminadas ni a los placeres de la vida ni a atender sus necesidades,
vieron entonces la luz primera y precisamente en aquellos lugares en que los hombres podían dedicarse al ocio. Así ocurrió
con las matemáticas, nacidas cerca de Egipto, porque en aquel país las castas sacerdotales estaban libres de todo trabajo.
Necesidad del planteo preliminar de los problemas. – Es necesario, para la ciencia investigada
por nosotros, que en primer lugar, pasemos revista de los problemas sobre los cuales hemos de discutir primeramente . . .
A quién desee llegar a salvar las dificultades, le beneficia verdaderamente, plantear bien los problemas, pues la posterior
seguridad de movimiento, no es sino la solución de los problemas anteriormente planteados, pues no puede desatar bien un nudo,
quien no lo conoce con anterioridad... Por ellos, es menester considerar previamente todas las dificultades, ya sea por las
razones expuestas, ya porque quien investiga sin haber planteado previamente los problemas, se asemeja a quien no sabe dónde
ir; y además, no puede conocer si ha encontrado o no lo que buscaba, pues no le es manifiesto el fin, que solamente es claro
a quien antes haya planteado los problemas.
Maravillarse
. . .
Precisamente,
es característico del filósofo este estado de ánimo: el de la maravilla, pues el principio de la filosofía no es otros y aquél
que ha dicho que Iris (la filosofía) es hija de Thaumante (la maravilla), no ha establecido mal la genealogía. (PLATON)
En
efecto, la maravilla ha sido siempre, antes como ahora, la causa por la cual los hombres comenzaron a filosofar. Al principio
se encontraron sorprendidos por las dificultades más comunes: después, avanzando poco a poco, plantearon problemas cada vez
más importantes, como aquellos que giraban en torno a los fenómenos de la luna, del sol o de los astros, y finalmente los
concernientes a la génesis del Universo. Quien percibe una dificultad y se admira,
reconoce su propia ignorancia. Y por ellos, desde cierto punto de vista también el amante del mito es filósofo, ya que el
mito se compone de maravillas.
( ARISTOTELES, “Metafísica”).
Heráclito de Éfeso y el devenir.
Los primeros filósofos, preocupados
por el arjé, se vieron abocados a presentar planteamientos ontológicos. Las doctrinas de Heráclito de Efeso y de Parménides
de Elea, aunque parece que no se conocieron se contradicen y abren el escenario de la reflexión ontológica.
Heráclito nace en Éfeso
en la mitad del siglo VI A.C. Aristócrata por nacimiento. La prepotencia de su carácter le hace un incomprendido y su estilo
críptico, “el oscuro”. Sobre la naturaleza es el título de la obra de la cual se conocen varios fragmentos.
Heráclito propone el tema del movimiento. Inicia con la formulación
del devenir: Todo cambia, todo fluye, todo
está en permanentemente cambio. Pero el único mundo verdadero es el de los opuestos o contrarios. Las cosas no son, existen.
Existen seres un momento, y después ya no son. Las cosas son efímeras. Existir es un perpetuo cambio, no hay nada permanente.
Los seres se explican mediante la alternación de los contrarios. Todo es un continuo fluir. Sin la enfermedad, cómo amar la
salud; sin el cansancio no es posible hallar el valor del reposo. Los contrarios armonizan. Y esa armonía universal unifica
y explica la multiplicidad. Al final, lo divino coincide con esa unidad y lucha de contrarios.
El ser no es estable. Es dinámico, en continuo cambio. Existe una ley
según la cual todas las cosas se realizan o acontecen y esa ley es el logos. La naturaleza del alma se identifica con el fuego
y con el logos. Pero el alma tiene una finalidad trascendente. A los hombres, una vez muertos, les esperan cosas que no esperan
ni se imaginan.
Como se aprecia en el continuo flujo del ser, Heráclito halla
orden y armonía, sentido y unidad. Habla de los grandes años del cosmos, ciclos del devenir, que calcula en 10800 años solares,
eterno retorno de todas las cosas.
Heráclito es
un lógico más que un físico. Los antiguos hacen énfasis en el principio material de todas las cosas: el fuego. La modernidad,
en la comparación que hace de la existencia con la corriente de un río en el cual nadie se baña dos veces en las mismas aguas.
Al fenómeno sólo se le comprende si se le analiza en movimiento, si se usa ese instrumento suyo que es la dialéctica. Contrario
a lo que muchos aseveran de él, Heráclito no es un materialista, pues, tiene los pies en la tierra y los ojos, en el horizonte
del más allá.
Parménides de Elea y su gran descubrimiento: el ser.
A la doctrina de
Heráclito se opone el planteamiento de Parménides, quien nace en Elea, (Velia, actual ciudad italiana) en el 540 A.C.
Dedica su vida a la filosofía y a la política. Autor de un poema sobre la naturaleza, donde entre mito y verdad, expone la
doctrina del ser. Él es consciente de la profundidad y valor de su descubrimiento y así lo hace entender entre los bastidores
de su revelación. En su viaje por los cielos tiene por guías a las hijas del sol y por vehículo un carro con fuerza de caballos
alados. Al llegar ante la presencia de la Diosa Dike, ésta le revela las tres vías de investigación que son pensables: verdad, falsedad y opinión.
Parménides, encuentra la solución de Heráclito contradictoria.
El devenir, implica un absurdo, que una cosa es y no es al mismo tiempo. En respuesta presenta la proposición unívoca de la
primera vía: El ser es y no es posible que no sea. Y en la segunda vía, que califica
de impracticable, propone Parménides: El Ser no es, y preciso es que no sea. En
la tercera vía se halla la apariencia, aquello que se cree que es. No niega el mundo de las cosas, de los seres, pero sí lo
distingue del Ser. Los seres poseen las características contrarias al Ser y son fuente de un conocimiento engañoso. El mundo
es en relación con el Ser. Para este eleático lo único que existe es el Ser. El no ser ni siquiera se puede concebir. El ser
y el pensar son lo mismo. Aquello que no se puede pensar no existe y cuanto se piensa, existe. Parménides es el descubridor
del Ser, del principio de identidad al enunciar que el ser es, el no ser, no es.
Y el Ser que es lo único que existe, posee las siguientes
características:
E El ser es único: no pueden existir dos seres. De existir dos seres, aceptamos el Ser y el no ser, o sea, que el Ser
es, y el no ser, también lo es. Nada más absurdo que aceptar tal contradicción.
E El Ser es eterno, ingenerado e incorruptible. El Ser no tiene principio ni fin. Si tuviera principio significaría que
antes de principiar el Ser, existía el no ser, y admitir esto, es decir que antes había el no ser. Lo cual es contradictorio,
absurdo. Así mismo, si se admite que el Ser tiene fin, se afirma la existencia
del no ser.
E El Ser es inmóvil, inmutable, sin movimiento. El movimiento es dejar de ser para ser lo que no es. Llegar a ser, vendría
del ser o del no ser. Pero no puede venir del ser, porque lo que es no puede decirse que será.
Tampoco puede ser su causa el no ser, porque de la de la nada no puede
provenir el ser. El no ser no puede engendrar el Ser.
E El Ser es infinito, sin límites, perfecto, completo, sin necesidad de nada. ¿Quién existe más allá? El no ser. Otro
absurdo, en consecuencia, el ser no puede tener límites.
Para el eleático existe el mundo sensible y el inteligible.
El mundo sensible, el mundo de las cosas o de los seres es una ilusión, es la tercera vía, la apariencia, pura doxa, opinión. A través de él se presenta el movimiento, la
mutabilidad de las cosas. Del conocimiento sensible sólo podemos tener una opinión engañosa. El mundo inteligible proporciona
el conocimiento del Ser, es la verdad, y sólo la razón o nous está en capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso.
Zenón de Elea
Los eleatas identifican conocimiento y objeto del conocimiento,
pensar y realidad. Zenón, discípulo de Parménides, y quien debió vivir hacia el 460 A.C., también escribe una obra Sobre la
naturaleza, donde demuestra que es dialéctico. Aristóteles lo considera el inventor de la dialéctica, es decir, el arte de
la disputa, llamada también erística.
Es el filósofo que, mediante argumentos o aporías, apoya
la doctrina de su maestro. Para Zenón, como para Parménides, no se da la pluralidad y el movimiento. Es ser está en reposo.
El movimiento no existe, es ininteligible, es ilusión.
Cuatro son sus argumentos para demostrar lo anterior:
1.
No puede existir el movimiento porque en él habría que recorrer un determinado
trayecto. Pero cada trayecto por ser extenso puede ser dividido en un número infinito de partes. Y querer pasar un número
infinito de partes es querer llegar al término de algo que no lo tiene.
2.
El argumento de Aquiles
y la tortuga. Manuel García Morente, en su clásico libro Lecciones preliminares de Filosofía, lo explica así: Si vosotros
ponéis a disputar en una carrera a Aquiles y a una tortuga, Aquiles no alcanzará jamás a la tortuga si le da ventaja en la
salida. Aquiles, recordadlo, es el héroe a quien Homero llama Ocus podas, o sea, veloz
por los pies el mejor corredor que había en Grecia: y la tortuga es el
animal que se mueve con la mayor lentitud. Aquiles da una ventaja a la tortuga y se queda unos cuantos metros atrás. Decidme: ¿Quién ganará la carrera? Todos
contestan: Aquiles en dos saltos pasa por encima de la tortuga y la vence. Y Zenón dice: Estáis completamente equivocados.
Lo vais a ver. Aquiles le ha dado una ventaja a la tortuga: luego entre Aquiles y la tortuga: en el momento de partir, hay
una distancia. Empieza la carrera. Cuando Aquiles llega al punto en donde estaba la tortuga, ésta habrá andado algo, estará
más adelante y Aquiles no la habrá alcanzado todavía. Cuando Aquiles llegare a este nuevo sitio en donde está ahora la tortuga,
ésta habrá andado algo, y Aquiles no la habrá alcanzado, porque para que la alcance, será menester que la tortuga no avance
nada en el tiempo que necesita Aquiles para llegar a donde ella estaba. Y como el espacio, se puede dividir siempre en un
número infinito de puntos, Aquiles no podrá jamás alcanzar a la tortuga.
3.
La saeta volante está en reposo. En apariencia se mueve, pero en realidad
está quieta en un determinado lugar, en cada uno de los puntos de su trayectoria. Pero estar por momentos en un lugar es en
propiedad estar quieto. Ahora bien, el vuelo está constituido por infinito número de instantes, luego la flecha no se mueve.
4.
Todo movimiento es un engaño. Dos cuerpos que se mueven con igual velocidad
en sentido contrario atraviesan en su carrera una serie de cuerpos en reposo, resulta que los cruzan con velocidad distinta
a aquella con la cual se cruzan los móviles entre sí.
Cuando se identifican el pensamiento y el ser, se le niega
al primero la posibilidad de creación y al segundo, su bondad demostrada en la pluralidad. Muchos son los monumentos levantados
por la razón humana y muchos los seres con los cuales sorprende el Ser. Mirar a éste como un bloque inmóvil, como lo pretenden
los eleatas, es minimizar el Ser y maximizar el pensamiento.