Naturaleza de Dios
El empirismo sostiene que todo conocimiento humano comienza por los sentidos
y los racionalistas, que es de la razón misma de donde emergen las ideas que nos permiten explicar el mundo en el cual nos
movemos. En consecuencia, hablar de la naturaleza de Dios no puede tener una vía gnoseológica meramente humana. Todo cuanto
podemos hacer es preguntarnos si creemos en Dios y si lo aceptamos podremos continuar profundizando en el tratado de teodicea.
Porque si nuestra respuesta es negativa es un sinsentido hablar de alguien a
quien negamos su existencia. Sólo es posible, como sujetos que tenemos la capacidad para conocer, reitero, si no somos escépticos,
conocer lo existente. De ahí que resulte ridículo que un hombre se declare ateo y sin embargo, participe en debates y foros
sobre la naturaleza y existencia de Dios.
A Dios no le puede conocer el hombre sino a través de las vivencias religiosas
que tengamos, es decir, a Dios no se le conoce, se le siente. Pero en forma variable según sea el grado de aceptación que
tengamos de su existencia. Son pocos los filósofos que han querido demostrar su existencia y muchos los seres humanos que
por su fe lo han proclamado. Así como también pocos son los que se han empecinado en negarlo.
Todo intento de explicación racional nos deja insatisfechos, pero es conveniente
hacer tales esfuerzos para que nuestra vida espiritual tenga fundamentos. De lo contrario tendremos una “fe de carboneros”,
una creencia, un mito o fantasía. Hechas estas aclaraciones podemos comenzar las reflexiones sobre teodicea y partiendo de
los conceptos que la ontología nos presta para comprender al Ser por sí mismo.
(Aseidad).
Desde los tiempos de Aristóteles se afirma que esencia es aquello que hace que
un ser es lo que es y no otra cosa. Por naturaleza se reconoce la esencia en cuanto se considera como principio de las operaciones
y potencialidades propias de ese ser. Pero en el caso de Dios tropezamos con
serios problemas que podemos sortear como quien atraviesa un río crecido. Es necesario tomar precauciones para evitar ahogarnos.
La primera de ellas es una pregunta: ¿Es posible conocer a Dios? Y la segunda interrogación: ¿Y si lo podemos conocer, entonces,
quién es Dios?
Para responder a la primera pregunta, sin entrar en contradicciones, ya que se
dijo que por la vía cognitiva humana no es posible, debemos buscar como vadear para llegar al otro lado. Y es Leibniz, quien
nos alerta al decir: Dios es un océano del que sólo hemos obtenido algunas gotas.
Mas por esas gotas es posible decir la calidad de agua que forma el misterioso piélago.
Sin menospreciar el gran aporte
de los hebreos, quienes llegaron a Dios por la vía de la revelación, no se puede menos que aplaudir a los griegos quienes
también se acercaron a él a través del raciocinio. Fue Parménides el primero en descubrir al Ser que al identificarlo con
la realidad se hace panteísmo y al señalarlo independiente de ella se torna escepticismo. Es ilógico decir que el alfarero
es la vasija, pero si es sensato afirmar que el alfarero hizo la vasija. Y si desvinculamos al alfarero de la vasija, ésta
aparece sin causa eficiente. La razón indica que toda cosa debe tener una causa. Y este mundo no es la excepción. Por el contrario,
es una de esas gotas, como dice Leibniz, que nos permite advertir la omnipresencia del Creador, omnipresencia ininteligible
para quien la niega. Es mediante la analogía entre el Creador y su obra como podemos formarnos una idea del Ser por sí mismo.
Al formarnos esa idea podemos señalarle
los atributos que caracterizan la naturaleza divina y de una manera limitada nos permiten decir quién es Dios.
Los atributos entitativos o de la esencia son
unicidad, infinitud, inmutabilidad, eternidad y bondad. Los operativos o de la manifestación
se dividen en inmanentes y trascendentes. A los primeros corresponden la ciencia y
la voluntad. A los segundos, creación, concurso, conservación y providencia.
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