AMANTES
Procuraré
que nadie sepa la lección del insólito crepúsculo
cuando
las luciérnagas rompen la noche con sus luces
y los
luceros sonámbulos arremeten desde los confines
con
erráticas espadas de transparentes filos azulados
que
hacen que el silencio aparezca entre los árboles
que
medrosos entonan sus lamentos desmembrados.
Es la
hora propicia para quien dirige una mirada a la ventana
Para
hallar en su marco el rostro del ensueño compartido
En la
mujer que espera entre encajes y perfumes de la brisa
Que su
hombre regrese cargado de besos en racimo
Para
iniciar con su presencia el ritual de los juegos prohibidos.
Ya no
importa el cansancio de las garzas del gélido pantano
Ni la
ebriedad de las bombillas de la casa
Bañada
por la lluvia de morbosas miradas
Tampoco
sirven para nada las aldabas y cerrojos
Cuando
los cuerpos brotan como espigas incendiadas
Para
hacer de la carne la sublimación de la vida
Bajo el
imperio de la sangre que avasalla
y
desafía a los cielos con su bandera enarbolada.
COLORES
Quiero
ofrecer estos colores de imborrable exactitud
que
tiñen desde la hierba diminuta
hasta
la vastedad del clamoroso sol
y
se
enredan como perlas en los frutos del follaje.
Sobresale entre ellos
el que marca el destino de los
hombres
y
que
señala en los corazones de las madres sus espadas
cuando
el rojo ilumina la inutilidad del combate.
El verde tiembla ante
la caricia de los vientos
del bosque
antes
de vengar la esperanza de los leñadores
que
aún
bajo la lluvia intempestiva
arrojan
a la muerte los pinos y abedules.
El
azul
que se oculta en la profundidad del agua
y traza
las fronteras irredentas a los sueños
irradia
en su nítida amargura
los
olores nauseabundos de las pesadillas destrenzadas.
Hasta la
realidad tiñe de negro la oquedad de las campanas
que
insobornables acusan a los badajos de la angustia
mientras
en las montañas caen bajo el traqueteo del aire
los
hombres que marchaban entre cadenas y fusiles.
No me
queda ni la menor duda
que
la
ternura del blanco ha sido borrada
de
un
solo golpe por la violencia del púrpura
y
ahora
decapitado da color a la masacre.
Ahora
no necesito de la antorcha que me alumbre
para
entender por qué la guacamaya huye…
Es que
los zopilotes surcan los cielos
para
otear
el escarlata de la muesca
que
dejan los dardos que caen en las flores del solar
donde
el arcoíris fue en tiempos de Bochica
un
símbolo de vida y paz.