Efraín Gutiérrez Zambrano @efraguza

PEDAGOGÍA

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De los retratos a la red semántica de la filosofía

 

Cuando, mas por necesidad que por vocación, me interné en los parajes de la educación tenía tantas ideas sobre el arte de enseñar como el que suelen tener los niños cuando juegan a la escuela. Escasamente distinguía la frontera entre el estudiante y el maestro, es decir, entre estar sentado dispuesto a escuchar y estar de pie con el ánimo de exponer un tema señalado en el plan de estudios. De repente ante situaciones que se me presentaban en el aula, las lecturas literarias o filosóficas que se habían venido acumulando entre las comisuras de mi espíritu me daban pequeñas luces y con sentido común procedía a solucionar los problemas del aprendizaje o los que generaban la relación maestro-alumno. A manera de ejemplo recuerdo aquellas palabras de Lucrecio en su obra De la naturaleza, libro III: “La educación puede modificar la índole de algunos hombres, pero siempre conservaran la cepa que la naturaleza marcó en su constitución”. ¿Acaso los pensadores romanos  quisieron hacer referencia a la existencia de continuidad o discontinuidad entre saberes previos y conocimiento disciplinar? (Lenzi y Castorina, 2000; Castorina y Aisenberg, 1989). ¿O fue que se adelantaron a Piaget? Entendieron estos hombres que magnificaron el Estado que el conocimiento no es una copia de lo real, porque incluye, forzosamente, un proceso de asimilación de estructuras anteriores; es decir, una integración de estructuras previas. Asimilación que desglosa dos elementos: lo que se acaba de conocer y lo que significa dentro del contexto del ser humano que lo aprendió. Por esta razón, salta mi memoria a Marx, quien en sus Tesis sobre Fuerbach, XI, dijo: Los filósofos no han  hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

Pero para continuar relatando mi experiencia como docente debo dejar a los académicos y pedagogos con sus reflexiones y retomar el hilo de los acontecimientos. Era el 15 de abril de 1980. Para muchos esta fecha puede parecer sin importancia, pero para quien se estrena en la enseñanza de la historia de la filosofía es una hoja en el calendario que no se puede desprender sin antes hacer una rigurosa disquisición. Bueno, eso pensaba yo por aquellos días. Esa mañana me esforzaba en hacerles comprender a mis estudiantes la vida y obra del más genuino de los existencialistas del siglo XX, Sartre. Justamente ese amanecer nos trajo la infausta noticia de su deceso y los noticieros habían dedicado comentarios y apostillas para darle la trascendencia a la muerte del controvertido pensador francés. Mientras hablaba, allí sobre los escaques del tablero del salón de clases, una de mis estudiantes dibujaba corazones para adornar la esquela que tal vez más tarde entregaría a su prometido o a su amigo. En cuanto la vi en tan divertido arte, la ira dio color a mis mejillas. Quise increparla, pero esta vez fue Menandro, quien me dijo muy quedo: “El niño que ha sido azotado, no ha sido educado”. (Fragmentos, 422). ¿Era este un conflicto cognitivo… mío o de la estudiante?  Amainé la tormenta interior con ráfagas de indiferencia y terminé la clase. Posteriormente revisé mis planillas de notas y encontré que había perdido el bimestre anterior, eso me indicaba que aunque la nota sea el salario del estudiante ella no entendería por este medio. Dos días después la llamé y le dije que me preocupaba el poco interés que mostraba en la clase de filosofía. Pero sus respuestas, cuando rompía el silencio no eran más que evasivas. Entonces quedé tan perplejo como aquel 8 de octubre de 1915 cuando Franz Kafka consignó en su Diario: “Uno no aprende a ser marinero en un charco de agua, aunque es probable que un exceso de entrenamiento en el charco nos incapacite para ser marineros”.

Ahora sí que tenía un verdadero problema epistemológico y pedagógico. Sobra advertir que como bien dice Carretero estos problemas no estaban entre las preocupaciones de la corriente cognitiva y la comprensión y el cambio conceptual eran categorías que esperaban su momento histórico para presentarse en escena. Lo único que tenía claro, para empezar la búsqueda de la solución,  era que a esta niña no le gustaba la filosofía, pero el dibujo sí. Por obvias razones ignoraba aquello de las estructuras conceptuales. Pero si poseía la intuición y comparto la descripción que de ella hace Mario Carretero: “el conocimiento conceptual es un tejido de relaciones entre elementos de conocimiento, una red semántica. Si la red se activa repetidamente, las conexiones entre sus elementos se fortalecen; además, cuanto mayor número de elementos tiene la red, más fácil es acceder a ella. En suma, de lo dicho se desprende que es preferible trabajar con pocos conceptos y con profundidad antes que con muchos y superficialmente”. Me dije: ¿Por qué no facilitar que ella siga haciendo lo que le gusta, pero sin dejar de cumplir el objetivo de adquirir ideas y pensamientos de los filósofos?   Así la estudiante  cumpliría con su afición nativa y yo con la misión asignada en el plan de estudios. Además, tenía que ser coherente como lo había sido Sartre y era indispensable poner en práctica una estrategia que cumpliera con estos requisitos. Opté entonces por llamarla de nuevo y presentarle las consignas de su nuevo trabajo. Ella dibujaría los retratos de los diferentes filósofos que fuéramos viendo en las clases y en la parte inferior escribiría una apretada síntesis de la vida y pensamiento del pensador respectivo. Mientras las demás estudiantes presentarían los trabajos señalados en las guías de estudio, ella demostraría los progresos de sus retratos e iría exhibiendo su colección en las paredes del aula. Cuando le presenté esta modalidad de trabajo, exclusivo para ella, sus ojos brillaron indicando gran alegría interior y en el curso de los meses su dedicación no tuvo parangón. En los exámenes de bimestre o semestrales comenzamos a ver los mejores resultados. Me comentaba que para poder hacer el recuadro con los datos de la síntesis tenía que recurrir a muchos manuales e historias de la filosofía. Que notaba que algunos textos contradecían a otros y aunque era arduo el trabajo, resultaba divertido saber quien tenía la razón. Como se puede advertir la estudiante estaba elaborando su propia red semántica.

Tanto ella como yo nos sentíamos orgullosos de la labor emprendida y las compañeras, algunas con sincero corazón y otras con envidia, reconocían  que era la mejor de la clase. Al concluir sus estudios, el día de la graduación me solicitó que posara en compañía de ella para la foto del álbum familiar. Sonriendo y demostrando gratitud me dijo estas palabras que aún conservo en los anaqueles de mis recuerdos: “Efraín, te saliste con la tuya. Me hiciste aprender filosofía”. Esas palabras fueron para mí un detonante de motivación y con el paso de los años, este ejemplo de los retratos y otros que tal vez en otra ocasión ocupen mi interés, determinaron que mi vida tenía un sentido al enseñar a otros. Ser maestro era mi vocación y ahora se convierte en el acicate para ir día a día a las aulas con verdadero convencimiento de mi papel de mediador.  Razón tuvo Montesquieu cuando en El Espíritu de las Leyes escribió: “Procurando instruir a los hombres es como puede practicarse la virtud general que comprende el amor a todos”.

Años después inicié una serie de reflexiones sobre la cotidianidad de la vida (Reflexiones para un buen día, Alfaomega Grupo Editor, México, 2001) y como era de esperarse el oficio de todos los días encontró un lugar donde exhibirse y donde pretendí mediante una fábula expresar el pensamiento constructivista que por más de dos décadas irradia el pensamiento pedagógico. Ahora me sirve a manera de colofón del presente trabajo. Lo intitulé:      

LA ESCUELA

Cuentan los maestros que un buen día los animales decidieron crear su propia escuela para desarrollar su intelecto mediante ejercicios físicos y académicos, se­gún los habían aprendido del hombre. El conejo, el pez, el pájaro, la ardilla, la lechuza y otros animales se reu­nieron para fijar los objetivos de la escuela y las asig­naturas que se dictarían. Cada cual impuso su aptitud natural como asignatura sin tener en cuenta las de los demás. Los resultados no se hicieron esperar y el Con­sejo Académico comenzó sus deliberaciones.

 

En el correr nadie logró superar al conejo; y en el trepar no fue posible vencer a la ardilla. El pez aventajó a todos en natación. Al remontar las alturas, solamen­te el pájaro lo pudo hacer. La nota sobresaliente en tra­bajo nocturno la obtuvo la lechuza. Mas el Consejo Académico insistió en que todos los alumnos deberían aprobar todas las asignaturas porque si uno podía, en­tonces todos, con mayor o menor esfuerzo, lo consegui­rían.

 

El profesor de vuelo, un pájaro carpintero malge­niado, a picotazos hizo subir al conejo hasta la rama más alta de una ceiba. El conejo escuchó atentamente al profesor e hizo lo que él aconsejaba. Al terminar la clase, el conejo no tenía costilla que no se hubiera roto en tan aparatosa caída. El pez por poco muere, cuando intentaron sacarlo de su medio para enseñarlo a tre­par. El pájaro se voló de la escuela, después de haber asistido a la clase de natación, donde faltó poco para que perdiera la vida.

La ardilla huyó despavorida cuando los profesores se empeñaron en que nadara como el pez. La lechuza no pudo aprobar ninguna de las asignaturas, excepto, trabajo nocturno, y fue despedida por retardo mental. Los profesores nunca se pudieron explicar por qué en la noche volaba y en el día se negaba a hacerlo.

Un búho, que con sus grandes ojos observó todo el proceso, abrió el pico y sentenció en tono enigmático:

La escuela tendrá éxito cuando los profesores se in­teresen por lo que los alumnos quieren ser y no por aquello que ellos desean hacer de los educandos.

Efraín Gutiérrez Zambrano

El Ejemplo como Modelo de Enseñanza

 

La sociedad de nuestros días se enfrenta a una complicada problemática que se sintetiza en la contracultura de la muerte. Nunca antes como ahora la vida, y en especial la sociedad humana, se hallan tan amenazadas. El ser humano, en este mundo globalizado, tiene que superar el canibalismo propio de la guerra y las ideologías egoístas presentadas con sutileza como científicas por los dueños del capital a través de los medios de comunicación. El fin último del hombre como su lugar en el mundo han sido desdibujados por esa intrincada selva de voces, sonidos e imágenes. Para rescatar al hombre, facilitar la realización libre de su misión, y hacer frente a esa maraña de injusticias que ponen en peligro su existencia, como en los tiempos antiguos cuando Pericles y Orfeo lideraron el “milagro griego”, la sociedad debe fundamentar sus esperanzas en la noble tarea de educar.

 

En el sentido amplio del término, educar significa desarrollar las potencialidades humanas, ejercitar la inteligencia, motivar la voluntad hacia valores que humanicen y trasciendan, formar el carácter, en fin, forjar una persona digna, competente y justa, capaz no sólo de elevar la acción humana a la satisfacción individual sino ante todo a la exaltación y perfeccionamiento de la conciencia colectiva.

 

Educar relaciona dos sujetos mediante un proceso sistemático, en el que el profesor orienta, para que el estudiante trabaje en su autoformación e incluya desde la forma de elaborar el conocimiento como el amor a la verdad, sin olvidar la falibilidad humana, así como la manera de adquirir buenos hábitos, actitudes, destrezas y valores.

 

El educador, consciente de su compromiso, sabe que tiene a su favor el espíritu de servicio, esencia de su vocación, los conocimientos adquiridos durante su formación docente y principalmente, la influencia de su ejemplo, tanto en los procedimientos y técnicas que corresponden a la asignatura que enseña, así como también en las actitudes y valores que proyecta desde su ser hacia los estudiantes, que ven en su maestro a un líder a seguir y un modelo digno de emular.

 

El ejemplo como el mejor Modelo de Enseñanza no sólo facilita el cumplimiento de la labor del educador, sino que además presenta una serie de razones y ventajas por las cuales debe tenerlo presente en el quehacer cotidiano:

 

1. Mejora el acto educativo, al establecer como norma rectora la coherencia entre el hablar y el hacer, base no sólo de una secuencia lógica y adecuada al proceso de enseñanza–aprendizaje sino ante todo de transparente autoridad frente a sus estudiantes.

 

2. Facilita la consecución de los logros previsibles, independientemente de su naturaleza cognoscitiva, afectiva,  psicomotora; general, particular o específica.

 

3. Evita la improvisación del maestro, al organizar y planear el acto educativo, haciéndole reflexionar sobre sus actuaciones y generándole ideas que fluyen, no del conocimiento fosilizado, sino de la vivencia personal y comprometida del educador .

 

4. La motivación interior de los estudiantes es fruto del magnetismo personal y la capacidad de liderazgo del educador que captura la atención y, sobre todo, mantiene el interés dentro del aula y fuera de ella.

 

5. Facilita la formación integral de los estudiantes al hacer el énfasis en todas las dimensiones del ser humano porque su profesor no sólo muestra eficiencia en el desarrollo del currículo  sino que  sus palabras tienen la fuerza del carácter y la magia del amor.

 

6. Se adecua a los diferentes ritmos de aprendizaje, de acuerdo con las diferencias individuales de cada uno de los estudiantes, sin importar la naturaleza de la asignatura o las características socio-económicas de ellos, al hacer del estilo de enseñanza un modo de vida y no un método para vivir.

 

7. Reduce el fracaso escolar porque la planeación y programación del acto educativo identifica las necesidades del alumno, y de acuerdo con ellas se fijan los contenidos, actividades docentes, experiencias de aprendizaje, proceso de evaluación, así como los materiales y equipos que se requieren; pero en la ejecución por parte del estudiante, su motivación intrínseca facilita el desarrollo.

 

8. Con base en el ejemplo como Modelo de Enseñanza, los sujetos del proceso seleccionan los métodos, técnicas y materiales de apoyo más apropiados que permiten el cumplimiento de las metas acordadas entre ellos.

 

9. Los roles de estudiante y profesor se desempeñan sin hipocresías o solemnidades vacuas y la creatividad aflora como fruto del entusiasmo y compromiso personal.

 

10. La asertividad de la comunicación entre los sujetos del proceso permite que el maestro descubra lo que su estudiante quiere ser y puede señalar el camino más adecuado. El alumno, por otra parte, puede tomar decisiones lúcidas que comprometen su ser.

 

11. La evaluación del estudiante, y del mismo proceso educativo, no responde sólo a una auditoría de primer nivel, sino a un reto personal interno del alumno que redunda en beneficio de su  familia y la sociedad.

 

12. La observación atenta del desarrollo del ser humano manifiesta que éste aprende mediante la imitación de modelos.   

 

Las anteriores razones demuestran cómo el ejemplo es el mejor Modelo de Enseñanza para formar seres humanos que fundamenten la excelencia en la justicia y tengan como égida el amor a la verdad, la vida y los semejantes.

 

Efraín Gutiérrez Zambrano

APRENDER Y HACER

 

Aunque la experiencia vital e histórica nos enseña que los seres humanos aprenden de la interacción con el mundo, es decir, del aprender haciéndolo, sólo hasta los trabajos de Vygotsky, su teoría lanzó un rayo de luz sobre la penumbra del aprendizaje cotidiano en las aulas.

Aprender y hacer son dos acciones que se contraponen para elaborar la síntesis  que constituye el nuevo conocimiento asimilado por el sujeto. Pero la celeridad del proceso de aprendizaje sólo se puede conseguir si hay un adulto o un compañero más experimentado que presente el modelo y exprese en forma clara el protocolo de lo que se debe hacer. Y como en el juego se desactivan las jerarquías y las solemnidades para dar paso a la espontaneidad y la alegría aquel es la pimienta para darle sabor y facilidad a las arduas tareas de aprender y hacer. Este es el camino expedito para  entender el aprendizaje lúdico y sinérgico entre pares que activa la zona de desarrollo próximo y que permite a los estudiantes  comprender o resignificar conceptos, ya que ellos discuten y negocian soluciones a los distintos problemas que el momento histórico plantea.         

Pero si las zonas de desarrollo próximo sólo florecen en los estudiantes cuando se facilitan las interacciones con el entorno, (ese que ayer los griegos llamaban cosmos y era un concepto más rico en significados y que necesita para su explicación otra ocasión), no se debe afirmar que esa sea la bandera de llegada porque el aprendizaje habrá quedado a medio camino y el trabajo del educador merece, en tal caso el apelativo de insuficiente. Es que no basta con florecer, es necesario ver los frutos. Las flores seducen y embriagan con sus aromas, pero son efímeras.  Los frutos requieren de paciencia y esperanza. Además, por lo general, en el interior de los frutos están las semillas que permiten asegurar que mañana será otro día y que en los años por venir la humanidad tendrá primaveras nuevas y mejores. 

En consecuencia, no basta con enfrentar a los educandos con el mundo físico o hacerlos confrontar su realidad social como lo proponen las teorías del aprendizaje, en este caso la señalada arriba. El aula, y esta es una tarea importante, por no decir, esencial del maestro, debe tener una atmósfera de empatía, camaradería, pertenencia al grupo y amor al conocimiento. Para lograrla, la persona que educa ha de ser ejemplo de valores humanos, interrelacionarse con sus estudiantes de manera agradable y hacer que entre ellos brote la amistad o al menos el compañerismo, propiciar el debate de ideas y ser un mediador imparcial entre los contradictores, elevar sus manos para aplaudir los logros y hablar con sutileza al momento de indicar las equivocaciones.                   

Más que señalar la teoría del aprendizaje que ilumina su tarea es necesario que el educador comprenda su misión. Sólo así se puede esperar sin temor que llegue la noche cerrada porque se tiene la plena confianza de que en lo alto de los cielos se verá una estrella señalando el camino.

Efraín Gutiérrez Zambrano, 16 de enero de 2007